Al final me he acostumbrado a huir de la actualidad, y puedo vivir ajeno a cualquier tipo de noticiario o debate de actualidad, prensa escrita o de internet. Por primera vez ya no sé el nombre de los ministros, que hasta de niño los sabía. No quiero saber casi nada de mi entorno, salvo que pueda interactuar en él o me afecte directamente. Si se llegó a hablar del derecho a la información, yo reivindico también el derecho a no estar informado, es decir a no estarlo por voluntad propia.
Ya de estudiante de Antropología me llamó mucho la atención el llamado derecho al aislamiento solo concedido a los salvajes y no a otros, y el canto a cierto aislamiento mentado por ciertos disidentes. Se trata de una disidencia discreta , sin pretensiones hacia el entorno y sin ánimo alguno de proselitismo o apostolado, de no querer saber nada o casi nada de casi nadie o casi nada. Egocentrismo en su pureza, pero ejercicio de libertad o concesión mucho menor que la de un monje de clausura, salvo que en mi caso no tengo el amparo o la coartada de un estado religioso que filosóficamente justifica la disidencia mundana.